Cotillón

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En la cena, el cotilleo, y tras la cena, el cotillón. Al compás de las campanadas llegan las uvas, y si la cosa no va muy bien podemos hasta toparnos con la «mala uva». Eso fue lo que nos pasó a un centenar de personas que quisimos despedir el 2003 y luego recibir con entusiasmo el, ahora ya estrenado, 2004. La noche se iniciaba en la Intermodal oscense, desde donde partían los autobuses que nos llevarían al festejo del restaurante «El cobertizo» de Plasencia del Monte.

Cena acorde a las expectativas económicas pactadas, campanadas con Carmen Sevilla y Ramón García, espantasuegras, serpentinas, gorritos y antifaces, música enlatada… todo acorde a los primeros compases del año nuevo. Como viene siendo habitual en estas fiestas, una barra libre, que más bien debería llamarse «barra llena», contribuye a que cada cual lo celebre a su antojo, bien bebiendo agua y refrescos, u otras bebidas de las que pagan más impuestos al Gobierno. A las 4:30 AM terminaba la barra libre y comenzaba la jornada extra para el restaurante, una hora más tarde la recena a base de bocadillos, y entre tanto se iban fletando viajes de autobús de retorno a la capital.

El reloj del móvil marcaba ya las 6:00 AM y tras la agitada noche de mensajitos y felicitaciones, todavía quedábamos más de un centenar de personas disfrutando del momento. Quizá alguien pensó que era hora de irse hacia Huesca, y fue ahí cuando empezaron los problemas. En el exterior no había autobuses, el frío era propio de la primera helada del año y la espera cada vez era más desesperante. A las 6:30 AM se paró la fiesta definitivamente, y muchos más salían a la calle a ver si llegaba el autobús. «Y nos dieron las… siete» al estilo de la de Sabina, pero abrigados con lo que llevábamos encima. Algunos decidieron esperar sentados y se volvieron a sus sillas del salón. La gente se inquietaba y los hubo que llamaron a familiares y amigos para que acudieran a buscarles a tan extraña desorganización; otros se pagaron su taxi, y los últimos decidimos pedir explicaciones. La responsable de la fiesta en ese momento no sabía mucho del tema y al pedirle el libro de reclamaciones nos dijo que teníamos que reclamar a los autobuses y no al restaurante, algo que personalmente no acepto ya que el suplemento del transporte lo habíamos pagado al restaurante y no al servicio de autobuses.

Finalmente, y en medio del desconcierto llegaba el transporte a las 7:30 AM, los primeros consiguieron su asiento, y una treintena de personas se amontonaban en el pasillo. Una de las afectadas le dijo al chófer que quería sentarse y que esperaba que éste tuviese sentido común y no arrancase llevando más gente de la debida (tras la mampara del conductor había 4 personas, asientos con más plazas de las permitidas y dos decenas de personas en un pasillo abarrotado) a lo que el conductor le contestó: «Si no estás conforme te bajas». Al final varias personas bajaron del bus y el resto partió rumbo a Huesca.

Dentro de la mala suerte, la buena suerte es que no hubo frenazos bruscos ni ningún tipo de accidente, pues no quiero pensar en que follón nos hubieran metido, ni a quien habría que pedirle responsabilidades por tal imprudencia. En el reparto de buena suerte, el autobús se libró de un control de tráfico que afectaba al carril contrario, en el de la mala, quizá los comensales que todavía se quedaron en «El cobertizo» o en sus alrededores para quien sabe, esperar un nuevo autobús.

Permítanme reflejar así la «mala uva» y malestar, tanto míos, como el de mis compañeros de espera, pues considero que no es serio que por causas injustificadas nos tomen el pelo de esta forma en unas fechas en las que la hostelería hace su más preciada caja.

Aprovecho la ocasión para desearos a todos un muy feliz año nuevo.

  • PUBLICACIÓN:
  • LORDÁN, M.A. Un cotillón con mala suerte. (2004, 2 de enero). El rincón de los famosos. Yo escribo. Opinión.
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